Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100342
Legislatura: 1893
Sesión: 31 de Mayo de 1894
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones:135,  2581-2582
Tema: Relaciones comerciales entre las islas de Cuba y Puerto Rico y los Reinos de Suecia y Noruega

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE : La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): El Sr. Duque de Tetuán, a pesar de las explicaciones francas y leales del Sr. Presidente de esta Cámara, busca todavía como intención en alguien de molestar a S. S. o de quebrantar su derecho, en lo que ayer pasó; busca la intención primero en el señor presidente de la Comisión y después en el Gobierno, y por lo que yo presencié ayer no resulta intención ninguna ni en el señor presidente de la Comisión ni en el Gobierno, ni en nadie; porque después de todo, aparte de la explicación dada por el Sr. Presidente de la Cámara, que debe bastar en mi concepto, lo que ocurrió ayer fue que puesto a discusión un dictamen que estaba sobre la mesa hacía mucho tiempo, nadie dijo nada, y sin duda el señor [2581] Portuondo tenía pedida la palabra, según parece, yo no lo sé, y no lo sabía ninguno de los amigos y correligionarios de S. S. porque había varios de los que están a su lado, y a ninguno se le ocurrió que el Sr. Portuondo no hiciera bien no contestando a S. S. (El Sr. Marqués el Pazo de la Merced: Pero el interesado sí lo sabía: había pedido la palabra.) Pues si lo sabía el interesado, creyó que no debía contestar al Sr. Duque de Tetuán? (Rumores en la minoría.- El Sr. Duque de Tetuán: Esa es la desconsideración) no estando el Sr. Duque de Tetuán presente; muchas veces ha sucedido esto.

Pero es más; hasta puede que el Sr. Portuondo no lo recordara, porque, ¿qué interés había de tener el Sr. Portuondo en lo que pasó ayer? Ninguno. Yo entiendo que si el Sr. Portuondo lo hubiera recordado, hubiese contestado a S. S. con mucho gusto, porque no alcanzo qué interés podía tener en lo contrario: no hay razón ninguna que pudiera pesar en su ánimo para guardar silencio, como no fuera que observase que nadie hacía oposición al dictamen que se discutía, y que aquel Sr. Senador que en su día la hizo (y quizás no lo recordara) no estaba presente. Todas esas consideraciones pudieron influir en el Sr. Portuondo para no hacer uso de la palabra; pero la idea de molestar a S. S. de faltarle a la consideración, de quebrantar o mermar el derecho de la minoría: ¡Eso no!

Hay que buscar siempre el porqué de las cosas: y, ¿qué razón había de tener ayer el Sr. Portuondo para faltar a la consideración debida al Sr. Duque de Tetuán, compañero suyo en el Senado, y mucho menos a la minoría de que forma parte? ¡Si con esto no conseguía nada!

Es más; al Gobierno le convenía que hubiera habido discusión, porque no le parece bien que una Cámara como ésta, a la altura en que estamos, se vea obligada a suspender las sesiones a las tres de la tarde por no tener asuntos que tratar, como sucedió ayer y hubiera sucedido hoy si no hubiese venido este debate. De manera que todos estaban interesados en que hubiera discusión; y cuando a mí se me preguntó si había inconveniente por parte del Gobierno, dije que no, porque había hablado con los Sres. Ministros de Estados y de Ultramar sobre estos dictámenes que estaban siempre en la orden del día. Al venir al Senado, lo primero que hago es leer la orden del día, y al ver estos dictámenes tanto tiempo en ella, les pregunté, puesto que a ellos correspondían, si había algún inconveniente en que se discutieran, y uno y otro me dijeron que ninguno.

No habiendo, pues, intención en el Sr. Portuondo, ni éste tiene responsabilidad en lo que pasó, ni el Gobierno la puede tener tampoco. Después de todo, lo que hay es que estos dictámenes el Sr. Duque de Tetuán cree de buena fe que son perjudiciales, y además, su amor propio, aunque no lo diga, parece que está molestado por no haber recibido contestación.

Por ello resulta que se ha dado importancia a una cosa que ha ocurrido muchísimas veces; sólo que cuando nadie protesta, pasa inadvertida. Muchas veces ha sucedido que dejen de hablar los que tenían pedida la palabra antes de suspenderse un debate, y han renunciado a hablar por haber pasado la oportunidad o por cualquiera otra causa; y hasta algunas veces Diputados o Senadores que tenían presentadas enmiendas se han salido del salón al darse lecturas de ellas por no apoyarlas. Esto ha sucedido sin que haya habido intención de molestar a nadie ni quebrantar ningún derecho; que nosotros no queremos quebrantar derechos, sino que todo el mundo tenga el suyo muy completo.

Por muy desagradable que esto pueda ser para S. S., no tiene importancia, puesto que lo sucedido no se ha hecho con intención ni propósito deliberado.

Su señoría ha dirigido también al Sr. Ministro de Estado el cargo de ligereza y falta de reflexión. Decía S. S.: ¿Qué es esto? ¿Al mismo tiempo que hemos votado aquí una ley regulando las relaciones comerciales con todas las Potencias, se hace esto? Pues enseguida que esto se apruebe, aquello no sirve.

Pues yo digo a S. S. que no servirá respecto a Noruega con Cuba y Puerto Rico, pero sí para lo demás, y para eso se ha hecho el proyecto que está en el Congreso, a fin de que mientras se hagan los tratados rija como provisional. Así que se acabe un tratado, para la nación con quien se haga no regirá esta ley provisional, sino el tratado. De manera que no hay ligereza ni falta de reflexión. Su señoría decía que quería buscar una palabra suave para calificar al Sr. Ministro de Estado; pero esto lo decía después de haberle aplicado las más fuertes del diccionario. Es muy sencillo y fácil esto.

Ligereza y falta de reflexión son dos cosas que no puede tener un Ministro de Estado en sus relaciones con las Potencias extranjeras, y no las tiene el Sr. Ministro de Estado nunca, pero mucho menos en este caso concreto. El convenio interino que aquí hemos votado, y que está a discusión en el Congreso, regirá mientras no se concluyan los tratados comerciales con las Naciones con las cuales hemos entablado relaciones comerciales; pero hecho el tratado, ya no regirá.

No ha tenido, pues, razón el Sr. Duque de Tetuán, ni para buscar el cargo más suave, ni para buscar cargo ninguno contra el Sr. Ministro de Estado.

Por lo demás, no dé S. S. más importancia de la que tiene en sí a la cuestión suscitada por lo que ayer pasó. Después de todo, la petición que S. S. hace me parece muy bien. ¿Su señoría cree que la cosa es grave, que no se ha discutido con la amplitud con que debe disentirse? Está bien, y pida todas las garantías que crea necesarias; que la votación definitiva se haga nominalmente y que se avise previamente a todos los Sres. Senadores para que concurran a la misma. El Sr. Presidente lo ha ofrecido, y en esa confianza puede descansar S. S.

Y me parece que debe ponerse punto final a esta cuestión embarazosa para todos, sin que reporte beneficios al país ni a nadie. 



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